Crear entre la calma dejando fluir nuestra naturaleza


Mientras preparaba el reinicio de Bear & the salmon, me propuse hacer las cosas diferente a como las había hecho previamente y un cambio esencial para mí fue: no acelerar nada. Así que empecé avanzando despacio, tomándome el tiempo necesario para idear, planificar y crear; pero una duda nubló mi mente…: ¿Lo estaré haciendo bien?

No pude evitar pensar que esta duda es el resultado de vivir en una época en la que se ha vuelto una norma hacer las cosas con prisa, manteniéndonos en una carrera constante contra el reloj, y cuando tenemos la oportunidad de dedicarnos pacientemente a una tarea, nos cuestionamos si es la forma apropiada de hacerlo.

La prisa ha tenido un profundo impacto en todas las actividades y, específicamente en la labor manual, se han sufrido las consecuencias de esta interminable carrera. En labores como el tejido, la costura, la cerámica, la joyería (por mencionar algunas), se han modificado constantemente los procesos y los resultados para producir de forma acelerada.

Por esa razón, dedicarnos a crear con paciencia, sin buscar acelerar el proceso, es comúnmente considerado una pérdida de tiempo o, en el mejor de los casos, una práctica anticuada cuando la tecnología está tan avanzada y todo puede hacerse de forma fácil e inmediata. Pero estas ideas, tienen un origen relativamente reciente. 

Crear con nuestras manos es una habilidad inherente a nuestra naturaleza. Durante milenios hemos creado herramientas, vestimenta, calzado, etc. y es esta habilidad, la que nos ha traído hasta este punto en la historia. Pero fue, no hace mucho, durante la Revolución Industrial, que la práctica de crear a todo vapor y a gran escala, se estableció, cambiando el ritmo del trabajo y de la vida. Sin embargo, a pesar de este cambio radical, se continuó creando con los métodos tradicionales, siguiendo el proceso lento, dedicado y riguroso.

Gracias a la continuidad del trabajo lento, se han preservado métodos, técnicas y experiencia que han sido transmitidos en cada generación, dándole importancia a la dedicación, la paciencia y a la creación de objetos que tienen un propósito especial y son perdurables.

En mi propia experiencia, tuve la dicha de aprender a crear pacientemente, pero esto ha colisionado continuamente con el hábito de trabajar aprisa, un hábito que se formó desde la infancia.

Crecí entre dos mundos: uno era dominado por la prisa, el otro era dominado por la calma.

En el primero, debía apresurarme para cumplir horarios del colegio, para entregar tareas y exámenes; creaba proyectos sencillos por el limitado tiempo y cuando los hacía con esmero, me miraban con sorpresa mientras decían: “No era necesario hacer tanto detalle”, lo cual era muy común… y decepcionante.

En el segundo, mi naturaleza tranquila fue complementada con las enseñanzas de mis tías-abuelas en las labores manuales, las cuales realizaban con paciencia y delicadeza, dedicándoles el tiempo necesario y considerando el proceso que cada labor requería para hacerse bien.

Conforme la vida se iba haciendo más compleja y demandante, el mundo de la prisa pasó a ejercer dominio completo y mi naturaleza y deseo de crear pacientemente, quedaron rezagados. Así fui absorbida en la idea (y el hábito) de que trabajar con rapidez es la forma apropiada y efectiva de hacer las cosas.

Pero la naturaleza no puede suprimirse y el intenso deseo de volver a la tranquilidad afloraba continuamente y ejercía una fuerza tal, que me impulsó a iniciar una búsqueda para recuperar mi naturalidad.

Esa búsqueda me ha revelado la importancia de mantener un equilibrio en nuestra vida. No se trata de eliminar la prisa y reemplazarla con la lentitud. Se trata de permitir que nuestra naturaleza creadora pueda fluir libre y tranquilamente, a la vez que utilizamos el tiempo eficientemente.

Se trata de ir paso a paso para crear objetos con una intención, disfrutando el proceso, aprendiendo de nuestros errores y sintiéndonos satisfechos con el resultado.

Se trata de ser nosotros mismos, manteniéndonos firmes en nuestros valores, creencias y deseos, para no dejarnos arrastrar por las interminables influencias que inundan nuestra vida, impidiendo que las presiones externas (e internas) nos moldeen y nos fuercen a abandonar nuestra personalidad.

Dejar fluir nuestra naturaleza es permitir que la intuición dicte el momento indicado para hacer algo y no forzarlo buscando cumplir un límite de tiempo. Esa fluidez nos permite alcanzar un estado de tranquilidad, liberándonos de pensamientos y sentimientos de frustración, desmotivación o disgusto que opacan nuestra mente.

Lo anterior ha traído a mi memoria la excepcional perspectiva de un constructor de muros en Yorkshire, Inglaterra; llamado David Griffith, quien al compartir su experiencia en la técnica constructiva Drystone walling, utilizada desde la época medieval, menciona:

“...Obviously, the more you do and the more you handle, the more experience you get, the more it becomes part of a way of life. The beauty of it is that once you’ve got the skills like any other craft, there comes a point, particularly with walling, where as you’re putting stone on stone, it takes care of itself and the mind can go elsewhere, and it almost has a sort of a meditative quality about it. That is the thing that really attracts me to”.

Como tan maravillosamente lo describe el Sr. Griffith, lo bello del trabajo manual es cuando llegamos a ese punto en el que dominamos una técnica y nuestra mente se libera, dejándonos espacio para reflexionar.

Así, después de una larga y profunda consideración, la duda que originalmente nubló mi mente se ha ido desvaneciendo con cada día que abrazo la calma y me dedico a crear despacio, siguiendo el ritmo con el que me siento tranquila y segura; permitiendo que mi intuición me guíe, dándome la confianza para continuar y sintiendo que lo estoy haciendo bien. Esta experiencia me ha enseñado que crear entre la calma nos une con nuestra propia humanidad, nos da la oportunidad de comunicarnos con nuestro interior, trasladándonos a un estado de satisfacción y dicha, mientras hacemos lo que nos apasiona, de la forma en la que nos sentimos cómodos.

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